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La reconversión del Principito

Griezmann crece diariamente de la mano de un Simeone que supervisa sus progresos

Griezmann se abraza con Simeone
(Mundo Deportivo)
Hace poco menos de un siglo fallecía Antoine. Tenía 44 años, la cabeza llena de pájaros y un cielo que conquistar a lomos de su avioneta. Nació en Lyon, una ciudad tanto histórica como fría, de calles estrechas y antiguas, un único centro comercial, plazas grandes y bien cuidadas y muchas tabernas. De todo tipo. Con encanto casi siempre, algunas veces por su decadencia, otras por su juventud, y casi siempre por su comida y bebida.

Antoine de Saint Exupery quiso conquistar los cielos para acabar con la ocupación alemana. Quiso combatir a Hitler en el frente, en el aire, por mar, bajo tierra y en cualquier situación que la vida le presentase. Nacionalista francés, con valores patrios bien marcados y un sueño: trascender.

Antoine lo logró, pero jamás como un soldado fiero y duro. Las circunstancias históricas y la guerra mundial jamás se lo permitieron. Cambió, por tanto, la espada por la pluma sin abandonar nunca el avión, con el que surcó el Sáhara, Guatemala, sonrió al sol de Argentina y acabó en la gran Nueva York. Escribió Vuelo Nocturno y añadió a la historia de su vida una bancarrota y problemas económicos.

Todos aquellos acontecimientos le llevaron hasta su obra maestra. Escribió El principito, mitad sátira, mitad guiño, observación del mundo y la realidad desde los ojos de un niño, un niño que será rey y antes de ello debe recorrer el universo. Lleva consigo el dibujo de un sombrero de copa para los adultos, pero que él ve como una serpiente después de engullir un elefante. Los adultos no lo ven como él, pero un aviador extraviado en el desierto, -como el autor, literal y metafóricamente- comprende su forma de razonar. En el fondo no ha dejado de ser un niño.

El Principito es rubio, con el pelo un poco levantado y por los dibujos y las acuarelas, tiene una cara amable. Siente compasión, no entiende muchas cosas y se le ve a la milla que es un hombre por hacer.

Algo parecido vio Simeone cuando se presentó en el Manzanares un niño rubio, con el pelo levantado, la cara amable y un sueño de aviador: llegar a lo más alto en el deporte que ama. Nació en Macon, cerca del río Sena, pero fue adoptado por el País Vasco muy joven. Los que le conocen dicen que es muy buen tío, cercano, cariñoso y muy alegre. Por la tele se le ve buen chaval y los aficionados del Atlético le aman.

En tan solo dos años se ha convertido en una estrella, vuela por el Calderón y nunca hace una tontería. Mejora cada mañana y hace mejorar a sus compañeros. Va para estrella. Este verano evitó con dos goles la invasión alemana de Francia en la Eurocopa. Dos meses antes evitó que Alemania se presentara en la final de la Champions con un gol al contraataque. Va para genio.

Pero hace dos años no, hace dos años era un niño con velocidad y una calidad desbordante, que había dejado en casa de Exupery, en Lyon, uno de los goles más bonitos de 2013. El Cholo se enamoró de sus virtudes y le trató con paciencia. Tardó casi diez partidos en marcar su primer gol. Pero daba igual. No importaba. El muchacho trabajaba día a día de la mano de su maestro. Se juntaba con Godín, veía cómo se machacaba Mandzukic y escuchaba los consejos de Torres.

A finales de temporada, nadie era capaz de negar su gran salto adelante y el mundo miraba con expectación los meses de verano. Antoine trabajó y trabajó, desarrolló automatismos con sus compañeros, dejó de teñirse el pelo y de llevar cortes raros y se enteró de la noticia del año. Iba a ser padre.

En cuestión de un año, El Principito se ha hecho un hombre. Esa temporada sería su consagración, y en estos primeros meses está demostrando que es uno de los mejores jugadores del mundo. Como él dice, para su padre y la afición del Atlético, no hay otro igual.

Seguro que hay muchas diferencias entre Antoine Griezmann y el Principito. Uno ha crecido y madurado. El otro está creado para que nunca lo haga. Simeone nunca ha cogido una avioneta pero igualmente sueña muy alto. De Saint Exupery nunca entrenó al Atlético pero ambicionó la eternidad. Griezmann es estrella en Francia, ídolo en Madrid y se lo pasa muy bien cada vez que toca el balón. Hay quien, en el fondo, no deja de ser un niño.


@Fernando1998_f


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