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Messi cierra el círculo

La vuelta del argentino ante el Betis reavivó una serie de síntomas que, como se vio, eran nocivos para el rendimiento del colectivo

Fuente: Proceso Digital
20 de octubre. El brazo de Messi decide abrir un nuevo escenario en Can Barça. Una mala caída ante el Sevilla obliga al argentino a estar tres semanas alejado de los terrenos de juego. En uno de los momentos más inoportunos. Al cuadro culé le tocaba encadenar tres partidos consecutivos de mucha exigencia (Sevilla -70’-, Inter de Milán y Real Madrid) sin su máximo exponente. Reto mayúsculo. La respuesta del equipo se antojaba como fundamental. “Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es quien no siente ese miedo, sino aquel que lo conquista”. Así entendía Nelson Mandela que había que afrontar un reto, un miedo. Nada más lejos de la realidad -él tuvo que afrontarlos en un contexto muy distinto-. Ernesto Valverde lo entendió de la misma manera. “Sin Messi deberemos dar un paso al frente”, afirmaba en rueda de prensa después del partido ante los de Pablo Machín. El mensaje no podía ser más claro: remar juntos, ir todos de la mano -recuerden: “conquistar el miedo”-.

En un punto de reencuentro

Antes del partido ante el Sevilla, el Barça había conseguido reencontrarse consigo mismo en un escenario idílico. Wembley significó un punto de inflexión en el esquema, después de que el equipo encadenara tres partidos consecutivos sin conocer la victoria -dos empates y una derrota ante Girona, Athletic y Leganés- partiendo con el 4-3-3 de inicio. En la primera gran cita de la temporada, Valverde tocó teclas, se sacó un as de la manga. Y acertó. El primer paso fue apostar por un cambio de sistema: 4-4-2. Y el segundo fue incluir la figura de un hombre en el centro del campo -sacrificando a Dembelé- que el culé tenía muchas ganas de ver. En un escenario que forma parte de la historia del Barça con letras de oro -y llevando apenas dos meses en la disciplina blaugrana-, Arthur Melo tomaba los mandos del club que admira desde pequeño. El brasileño brilló con luz propia, cuajó una actuación formidable. Demostró que tiene una serie de características (movimientos, giros, trato con el balón…) que hacen remontarse al aficionado blaugrana a un pasado no muy lejano. Pero, lo más importante, es que el equipo cambió de imagen. Se vieron brotes verdes. Un Messi excelso comandó una victoria (2-4) que se antojaba vital para la confianza de la plantilla.

Así las cosas, la lesión del argentino llegó en un momento en el que el equipo parecía que empezaba a disipar las dudas. La amenaza de la famosa ‘Messidependencia’ volvía a sobrevolar el Camp Nou. Los datos sin Leo no invitaban al optimismo: el Barça, con él, promedia un 71% de victorias y, sin él, la cifra disminuye al 60. Jugadores como Suárez, Piqué o Rakitic -coincidiendo con el mal momento de juego del equipo- no atravesaban un buen momento. Esa seguridad que da al equipo tener al ‘10’ en el campo -aún más teniendo en cuenta los partidos que venían por delante- quedaba en entredicho.

A prueba

Pues bien, contra el Sevilla, a Messi le bastaron los veinte minutos que estuvo en el campo para asistir en el primer gol a Coutinho y marcar el segundo. El Barça consiguió solventar el encuentro (4-2) con otros dos tantos de Luis Suárez y Rakitic, y una gran actuación de Marc-André ter Stegen. Pero, la verdadera prueba de fuego llegaría en Champions ante el Inter. Mauro Icardi llegaba repleto de confianza a la Ciudad Condal. Y el conjunto culé se enfrentaba al primer examen sin su capitán. El Txingurri apostó por el dibujo que más frutos le había dado en toda la temporada, el 4-4-2, con una -inesperada- nueva figura en el centro del campo. Rafinha, un ex ‘neoazzurro’, se estrenaba en un once con una difícil papeleta: camuflar de la mejor forma posible la ausencia del mejor jugador del mundo. El brasileño no se puso ninguna máscara, se limitó a mostrar sus cualidades. Papelón resuelto con nota, gol incluido. El equipo necesitaba apariciones como la de Rafinha. Actores secundarios que ayudaran a creer que, sin su estrella, también eran competitivos. El Camp Nou se seguía enamorando de Arthur. Al ex de Gremio le bastaban cuatro partidos para poner al feudo culé en pie cuando era substituido. La imagen fue del todo reconocible: presión intensa, recuperación rápida tras pérdida y compromiso. Juego coral. Jordi Alba se encargaba de cerrar la cuenta (2-0).

Cuatro días después, el Madrid probó la misma receta. Valverde repitió el mismo once que ante los italianos, y el resultado (5-1) fue histórico. Recital, puñetazo en la mesa. Messi, que lo vio como un aficionado más, pudo irse tranquilo a casa. En primer lugar, porque vio a un equipo que peleó, subo sobreponerse y acabó bailando. En segundo lugar, porque a su amigo Luis Suárez se le ocurrió, con ‘Halloween’ a la vuelta de la esquina, disfrazarse de La Pulga -hat-trick y exhibición del uruguayo-. Y, en tercer lugar, porque el Barça, el club de sus amores, había demostrado al mundo que, sin él, seguía siendo un equipo muy a tener en cuenta. Nueve goles y líderes en Liga y Champions desde que el ‘10’ dejaba huérfano al equipo. No había mejor escenario para acabar con el tópico de la ‘Messidependencia’. Los azulgrana supieron encontrar el antídoto necesario a la ausencia del de Rosario. Jordi Alba -por ejemplo- había perdido a su mejor socio, pero siguió siendo un puñal por banda izquierda. Ante el Madrid obligó a Lopetegui a cambiar el esquema en el descanso -pasó a jugar con dos carrileros y tres centrales- en un intento de parar la sangría que estaba provocando el de L’Hospitalet. El paso al frente de Suárez también resultó clave. Cuatro goles y una asistencia ante Sevilla, Inter y Madrid. Cuando más se le necesitaba, el charrúa no dudó. Pero, lo más importante, fue que se cumplieron las premisas de Valverde. El equipo dio un pase al frente, como pidió el técnico extremeño; consiguió “conquistar el miedo”.

Sin excusa

11 de noviembre. Se cierra el círculo. Vuelve Messi. Y lo hace ante un equipo con una esencia muy especial, el Betis de Quique Setién. Valverde vuelve a apostar por el 4-3-3 -con la novedad de Malcom-, un dibujo con el que el equipo no había acabado de convencer. Los de Heliópolis toman el Camp Nou por todo lo alto (3-4). Vendaval de fútbol. No se recordaba a un equipo que dominara con tanta superioridad en el feudo blaugrana. Sabían a lo que jugaban. Setién no varió el plan, fue fiel a su filosofía. Y no le pudo salir mejor. El Barça, con su estrella en el campo, no pudo ni supo contrarrestar lo que le proponía el rival. Probó de su propia medicina. Como bien decía Michael Jordan, “el talento gana partidos, pero el trabajo en equipo y la inteligencia ganan campeonatos”. En este caso fue un partido -si bien puede valer un campeonato-, pero la idea es clave. El aficionado culé vio un espejo de lo que le hubiera gustado que fuese su equipo. El Betis ganó con total merecimiento. Y lo hizo justamente el día que volvía Leo; el día que Valverde volvía a apostar por el 4-3-3; el día que el Barça se olvidó de dónde venía, de “conquistar al miedo”.

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